(Articulo publicado en la Revista Icono. Perpetuo Socorro, año 114, n. 10
(noviembre 2013), pp. 18-23).
Como ya anunciamos, el pasado 13
de octubre se celebró en Tarragona la beatificación de 522 mártires de a
persecución religiosa de 1936, entre los que estaban seis redentoristas.
Presididos por el Superior General, el P. Michel Brehl, peregrinamos un amplio
grupo de sacerdotes, hermanos, estudiantes, postulantes y laicos redentoristas
para participar en la celebración junto a los familiares de los seis compañeros
que iban a subir a los altares. Desde aquel 11 de abril de año 1962 en que se
iniciaba el proceso en la catedral de Cuenca, han pasado nada menos que 51
años; los deseos y la espera de la provincia redentorista española y de los
familiares se vieron agraciados con el momento que durante estos años han
esperado, ver en los altares a José Javier Gorosterratzu Jaunarena, a Ciriaco
Olarte Pérez de Mendiguren, Julián Pozo Ruiz de Samaniego, Miguel Goñi Áriz,
Victoriano Calvo Lozano y Pedro Romero Espejo. Cuando sus nombres resonaron
ante la gran asamblea, el tapiz con sus rostros fue descubierto y acogimos
entre luces y palmas la urna que
contenía sus reliquias, vivimos un
momento de gran intensidad espiritual y emotiva.
Para todos, la mañana del 13 de
octubre en Tarragona fue un precioso icono eclesial. El Complejo educativo
tarraconense se convirtió en una encrucijada en la que se encontraron un amplio
grupo de personas de todas las edades, venidas por todos los caminos desde
todos los puntos de España, Europa y del mundo entero. Esta diversidad creo un
gran mosaico de personas formado por el colorido de hábitos y de pañoletas que
identificaban las distintas peregrinaciones. A pesar de la diversidad, todos
participábamos en una misma alegría; nos unía el gozo de poder celebrar como
iglesia la entrega generosa de nuestros hermanos y hermanas; de seglares,
religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos que en unas trágicas
circunstancias, no renunciaron a su condición de creyentes, sino más bien,
firmes en su fe, fueron generosos por su entrega y misericordiosos no guardando
en su corazón rencor alguno y perdonando a quienes les privaban de la vida.
Entre las caras de satisfacción,
se podía entrever la tensión vivida a lo largo de los años de proceso, desde
que se inició la causa, superando la criba de las distintas instancias que han
de revisar y estudiar la vida y muerte de cada uno de los beatificados. También
el camino de preparativos de la celebración ha sido intenso para dar cabida a
los más de 20000 peregrinos. Los postuladores y vicepostuladores de cada causa
manifestaban el regocijo de haber llegado a la meta.
La celebración litúrgica, en la
que siempre se rememora y actualiza la historia de la salvación, nos invitó a rememorar
en comunión cómo el Evangelio de Jesucristo se ha hecho biografía en los 522
beatos. El seguidor de Jesucristo no se puede sustraer del momento histórico a
la hora de vivir la fe; y cada momento tiene sus dificultades y sus gozos; el
de nuestros hermanos fue el contexto de la guerra civil y de la persecución.
Además del momento, el Evangelio es vivido por personas concretas; con sus
grandezas y debilidades; personas que nacieron en unas familias, que vivieron
su fe dentro de unas familias religiosas o parroquias. En ellos, los 522
beatos, en sus vidas concretas, en su apostolado, el Evangelio de Cristo se
hace vida y por lo tanto biografía. Celebrar la beatificación es celebrar que
las biografías de los seis redentoristas y de los 516 mártires compañeros de
beatificación estaban atravesadas por Jesucristo; que intentaron hacer vida el
Evangelio en medio de las trágicas circunstancias. Dejar esas biografías en el
olvido es olvidar a las personas y convertir el Evangelio en un cumulo de ideas
que nunca llegaran a ser vida.
Pero creer que Cristo se encarnó
y que vivió en un momento de la historia en un lugar determinado, nos invita a
entender que la historia se hace historia de salvación. Y estos hechos
históricos no son simples datos del recuerdo, sino que la iglesia hace memoria
de ellos. Y con Cristo, la historia de cada persona que le sigue se convierte
en historia de salvación; historias que están llamadas a recordarse en la
comunidad pues actualizan la entrega de Jesús. Mirando el gran tapiz con las
caras de los 522 que se descubrió después de leer la Carta apostólica del Papa
Francisco en la que estos mártires comenzaban a considerarse Beatos, nos
recuerda que la historia de salvación, el Evangelio se teje con los rostros concretos
de cada persona que vivió el seguimiento de Jesús e hizo vida su entrega, amor
y gratuidad.
Desde los rostros de los beatos
mártires, ofrecemos a nuestra sociedad un modelo de persona, el realizado en
Jesucristo y prolongado en estos mártires. Este modelo de persona está
caracterizado por en primer lugar por vivir desde la dimensión trascendente;
Dios abre el horizonte humano y el hombre vive su condición humana como
criatura divina e hijo de Dios. La fe se convierte en el horizonte personal que
no agota la existencia en el presente. Pero además de la fe, la persona vive
desde el amor. Amor que es entrega y gratuidad; amor que es generosidad,
poniendo en juego hasta lo más preciado de sí mismo como es la vida. Los
mártires nos recuerdan que la persona es sagrada y que su conciencia es
presencia de Dios en cada individuo, por lo que la libertad de conciencia y la
posibilidad de vivir la fe está sobre las leyes sociales, que han de garantizar
los derechos y libertades individuales. Los mártires apuestan por la persona
por encima de las leyes y de las ideas. Los mártires apuestan por el ser por
encima del hacer; ellos murieron simplemente por ser de una determinada manera,
y no tanto por lo que hicieron o dejaron de hacer. Los mártires nos ayudan a
humanizar nuestra vida y nuestra sociedad; a mirar y valorar a las víctimas que
la sociedad va dejando en la cuneta, víctimas de cualquier tipo de ideología.
Los mártires nos hablan de esperanza, pues únicamente quien tiene esperanza
hace entrega generosa de su vida. Pero también los mártires son una denuncia a
las ideologías totalitarias de cualquier signo. Los mártires no lo son de un
signo político, sino del totalitarismo, sea cual sea su signo. Las distintas
opciones totalitarias y excluyentes tienden a generar víctimas y mártires y
manipular a su favor las realizadas por los contrarios. Los mártires nos
invitan a apostar por las personas, por su dignidad; a luchar por los derechos
humanos. A vencer al egoísmo y con generosidad amar hasta entregar lo más
preciado, para así ser más libre, auténtico y feliz. El mártir no construye su
vida desde el resentimiento ni la sospecha, sino más bien desde el don y el
gozo de la entrega.
Mirando al futuro, creo que la
beatificación nos presenta ciertos retos a la iglesia española. El primero es
el de despertar y cultivar la fe de las pequeñas comunidades, para que esta
motive más nuestra opción de seguir a Jesucristo. Una fe que entusiasme y
contagie a cuantos compartan el día a día con nosotros. Una fe que sea capaz de
dar testimonio público de aquel y aquello que nos mueve. Si esta celebración de
la beatificación ha sido el broche de oro de este año de la fe, sería una pena
que todo se concluya con una bonita liturgia y no lleguemos a plantearnos de
forma radical la razón por la que dieron los mártires su vida.
Si analizamos la mayor parte de
las muertes de los beatos, descubriremos la fuerza de la comunidad; el
pertenecer a un grupo o vivir el martirio en grupo fue una gran ayuda para ser
fieles a Jesucristo hasta el final. El grupo fue ánimo, aliento y fidelidad.
Basta que miremos a los redentoristas beatificados, y nos percatamos que
siempre vivieron el martirio en grupo, bien con otro redentorista bien con
otros sacerdotes o laicos. Esta comunión en la diversidad con la que crece la
iglesia se hizo patente en el mosaico de colores y carismas que tejieron la
imagen de la gran beatificación de Tarragona. Hoy más que nunca, el gran
testimonio de la iglesia es el crecer en comunión desde su gran pluralidad. Es
posible construir la comunión si esta nace no de la uniformidad propia de las
sociedades humanas, sino del Espíritu, que es quien anima y crea la iglesia.
El martirio es una prueba de
amor, que se aleja mucho de las guerras adolescentes de echar en cara quien fue
peor. Lamentablemente el periodo en el que murieron los 522 beatos fue
tristemente trágico, pues estaba inserto en una guerra fratricida. Sería
traicionar su memoria el justificar o condenar las opciones vividas en la
guerra o las muertes perpetradas justificándolas desde los mártires. Ellos
murieron por un exceso de amor; una amor que les llevó a descentrarse de si
mismos, para no defenderse. Un amor que les llevó a perdonar incluso a aquellos
que le infligían la muerte. La tentación nuestra en estos momentos puede ser el
replegar nuestra mirada sobre nosotros mismos, y olvidar que si somos iglesia
es para ser levadura de amor y de fe en medio del mundo. Y para ser esa
levadura de amor, solo es posible serlo desde la entrega gratuita y generosa de
nosotros, como iglesia; siendo semilla de perdón y reconciliación. Los mártires
nos invitan a estar cerca de las víctimas de la sociedad; víctimas del momento
presente o víctimas de cualquier momento histórico.
Como elemento curioso, los
mártires fueron conscientes del momento que vivían. Recordemos las palabras de
los redentoristas; el beato Ciriaco Olarte dijo “el día de San Alfonso lo vamos
a celebrar en el cielo”; y el beato Julián Pozo “los redentoristas no tenemos
mártires, nosotros vamos a ser los primeros”. Conscientes no renunciaron a este
horizonte, sino que vivieron su compromiso de fe hasta el martirio para
transformar el momento desde el amor. El beato Pedro Romero salió y vivió como
un mendigo en medio de ese mundo hostil. La iglesia tiene como reto seguir
transformando este mundo desde su trabajo y opciones de transformación social.
Mientras echaba una ojeada a los participantes en la celebración, pude comprobar
que entre los consagrados que participaban había muchos que trabajaban en el
mundo de la exclusión y la pobreza, en el ámbito de la pastoral penitenciaria o
en colegios de niños y jóvenes que viven la pobreza cultural o la desestructuración
familiar; otros procedían de las misiones en países en vías de desarrollo. La
iglesia tiene un compromiso de fidelidad con nuestro mundo y con el momento
histórico presente, especialmente con las situaciones de injusticia y
estructuras de pecado, a las que ha de llevar un exceso de amor y entrega para
que allí sobreabunde el amor y la
salvación de Dios nuestro Padre.No podemos olvidar el mensaje de la celebración; la sangre de estos beatos no piden venganza ni piden justicia. Son vidas que hablan de gratuidad, de paz, libertad y justicia. Sangre que ha regado la mayor parte del territorio español. Estos beatos además de miembros de la iglesia eran personas, ciudadanos de la sociedad española. Desde aquí creo que los que somos parte de la iglesia debemos colaborar para que nuestra sociedad tenga una mirada distinta de las víctimas. Una mirada reconociendo el valor de cualquier muerte injusta; dando dignidad a la vida de quienes sufrieron el horror de la guerra. Los perdedores fueron todas las víctimas, fuera cual fuera su signo o su verdugo. Pero hacerlo no desde una mirada de odio y anulación del contrario, sino desde la búsqueda de la reconciliación verdadera, la búsqueda de la justicia para todos y la construcción de una sociedad cimentada en la paz.
Antonio Manuel Quesada
CSSR