miércoles, 12 de septiembre de 2012

Memorias de José María Ibarrola

José Mª Ibarrola, Sacerdote CSSR (1895-1977)
El P. José María Ibarrola (1895–1977), sacerdote redentorista nacido en Pamplona (Navarra), pertenecía en 1936 a la Residencia madrileña del Santuario del Perpetuo Socorro. Muy entusiasta, fue el que más contribuyó, como Consiliario, en el desarrollo del Centro Juvenil Mariano-Alfonsiano del Santuario del Perpetuo Socorro, integrado en la Acción Católica. Durante la persecución religiosa fue pasando de casa en casa y de cárcel en cárcel; de la Modelo fue trasladado a San Antón, de donde salió libre a mediados de diciembre de 1936. Consiguió hacerse con un carnet legal del Centro Vasco, que le otorgó libertad de movimientos, aunque no exento de peligros. Toda la Guerra la pasó en Madrid atareado en su apostolado clandestino. Durante esos años visitó a casi todos los redentoristas en sus escondites y hasta en las cárceles. En libertad, pudo averiguar cuantos datos pudieron facilitarle sobre las circunstancias en que murieron los Siervos de Dios.

Se resistió a publicar memorias, pero en el año 1965 publica este artículo en la Revista el Perpetuo Socorro a modo de memorias; en él cuenta sus aventuras en el Madrid de 1936-39. Sirva el presente artículo para presentar a otras personas que sufrieron la persecución.
 
(J.M. Ibarrola, Un redentorista en el Madrid rojo en PS (julio 1965) pp. 211- 214).
 "Me escriben pidiendo un anecdotario de aquellos tres años -36 al 39- para "El Perpetuo Socorro». La verdad; esto de escribir Memorias debe de ser para edades de 89 para arriba o para un retirado de la sociedad hábil. Y, francamente, siendo aún un chaval y queriendo dar batalla al mal en todos los campos, no me resulta. Pero en sumisión al paisanaje y de amistad, haré, a los treinta y seis años de aquel entonces, una primera confesión pública y en las mejores condiciones posibles. … ¿Salida? El lunes por la tarde, día 20, quiero recordar. Habían salido un día los enfermos; otro, los ancianos, y en esa tarde, el resto, casi todos jóvenes…  Fui a una casa cercana, en la misma calle de la Residencia; llevado, claro, pues no conocía a nadie; meterse en la boca del lobo. De paisano, la vez primera, y muy majo que iba. A la mañana siguiente, más por tonto que por valiente, por farol, volví a la Residencia, a celebrar ... Y en el atrio me detuvieron y me cachearon, asimismo por vez primera -…-. Celebré, desayuné en el comedor. iAy, qué alegría me dieron algunos de los nuestros! Decían: que vienen los requetés, están en la Sierra ...... Bueno, salí de la Residencia y en esa misma tarde tirotearon la casa y la asaltaron; desde la entrada de la casa donde me hospedaba lo vi todo. Sufrí, lloré. Y ... a capear el vendaval, Ibarrola.
P. Ibarrola (iz), Alfonso Hortelano, H. Telesforo (der) en 1936
vestidos de seglares
 "Viví en lo físico y social, a pesar de las circunstancias, según las leyes de la urbanidad. De seglar, desde luego, y flamante; señorito. Ya con anterioridad, en Utrera, y ante algunas revueltas, me había hecho el primer traje civil; mas nunca llegué a usarlo, … con mi corbata, mi gabardina. ¿Cómo estaría de dandy que en el 39, y al ir a mi casa natal; a descansar un mes, mi buena madre no me reconoció? ¡Ah!, Y afeitándome a diario, a excepción del mes que pasé detenido en la Cárcel Modelo. Al entrar nos «limpiaron» todo; y ser afeitado ... ¿por ellos? No, no. y ¡vaya entonces tío con barba! .... Al ser evacuados al interior de Madrid y llevarme a la cárcel de San Antón, fui, con todos, amigablemente «abucheado» por las ocurrencias del ingenio de Muñoz Seca, que allí «residía», y a quien pronto «sacaron» para fusilarle inicuamente. Y procedí al afeitado diario. No faltaron luego quienes me tomaron, temerosamente, por un «poli» o, en la Casa de las Oblatas, por el médico, Chorros de risa después
Si miro el aspecto económico, las pasé «moradas». Al salir de la Residencia pero a mí y a otro nos dieron 25 pesetas.... Mas luego …, las 25 rentaron hasta mayo del 39 y aún repartí beneficios en Valencia y  en Cuenca y en los Madriles… fui a Valencia en autobús de la Casa Vasca y como ¡responsable!, honor que me valió para ir todo pagado; pero, en verdad, con mucho canguelo. Allí visité a varios de los nuestros paisanos y un enfermo. Al regreso, dos veces nos asaltaron los mismos soldados rojos; pero con genio de navarro, claro y duro, se triunfó. ... Asimismo, pero en tren, realicé viaje a Cuenca, de donde me traje al Superior, anciano, hoy difunto, quien graciosamente me llamaba «nieto». En ambos viajes hice de «Rey Mago», dejando dinero a los necesitados, y luché a brazo partido, sin conseguir victoria, con «alguien», para llevármelo a Madrid y salvarle y salvar la situación fea. Al regreso de Aranjuez, me dediqué intensamente, a partir de mi salida de las cárceles, finales del 36, al campo del apostolado en todas sus fases de entonces: celebrando cada día, teniendo de compañero cariñoso, servicial, con una pinta de fraile atroz, pero al que nadie le dijo la más mínima cosa -artes de la Providencia, H. Telesforo-, llevando comuniones, bautizando, bendiciendo matrimonios, visitando enfermos, enterrando a dos de los nuestros y a religiosas y a seglares, predicando ... Conservo en un tomito, encuadernado, todas las predicaciones de horas santas, primeros viernes, festividades del año, tandas de ejercicios, retiros mensuales. Hasta me decidí a comprar una pequeña Custodia en «Plata Meneses». Después de pagarla, me pidieron unas cajetillas de cigarros, y como a la sazón me hallaba en buenas relaciones con el secretario del representante oficial de la Cruz Roja Internacional, a él me fui, y a fe que me aprovisionó bien de ellas, que luego entregué a aquellos buenos dependientes. Y llevaba mi Custodia de casa en casa, a donde previamente había dejado el Señor, y por las calles y por los tranvías, enfundada; parecía como un músico con su trompa; tal era la forma suya. Lástima que, no sé por quién, ni cuándo, ni a quiénes, fue regalada, sin contar siquiera con el interesado por el recuerdo, el cariño, el vivo interés y su historia. Por cierto que, llevando la comunión un día de mañana a unos enfermos, agarré el tranvía por los pelos y me quedé en el estribo. Oigo que me gritan: «¡Camarada!» Mudo; estaba frito por ese mote ... «¡Oye, camarada! ... » Imposible. Me avisan los vecinos y me vuelvo: «¿A ?» «Sí, a ti» «Pero ¿de cndo acá soy camarada, y de ti? ...» Sorpresas, miradas ... Pagué y ... , por si las moscas, me tiré del tranvía al amainar su marcha; pero me había desahogado a gusto
 "Mantuve relaciones con la Embajada turca, buscando cobijo para unos nuestros, sin lograrlo. Y con una sucursal de la Embajada sueca que luego fue asaltada. Por cierto que unos días antes, al salir y cruzar la esquina, me detuvieron pidiéndome la documentación. «¿Tú?», contesté. Y me enseñó su Carnet de Seguridad. «Bien -repliqué-, toma el rnío.» Era de los Vascos. Lo miró y ... «¡Salud!», exclamó. «Agur», le contesté. Estuve en varias clínicas llevando a tres de los nuestros. Y en relación con varias comunidades, de Oblatas, del Servicio Doméstico, Hermanos Hospitalarios y de las Escuelas Cristianas, Padres de los Sagrados Corazones. Magnífico su Provincial. Le ofrecieron pasar a la Zona Nacional y él, maravilloso, replicó: «Mientras quede uno de los míos, aquí quedaré ... » Y ... pasó las gordas ... Ovación al gesto. Y visité en el Ministerio de Justicia a aquel flamante cura Leocadio Lobo; me presenté como vasco y en representación de la Nunciatura, pues me sospechaba que expedía carnets legales, exigiendo raras, malas, condiciones. Y me personé en la Dirección de Seguridad a pagar cierta multa del bueno y querido abuelo, de nuestro P. Hortelano. ¿Consentir que él fuera? Anciano ... No y no. Fui y nada pasó. Salpor aquel entonces la arqueta de los restos de la hoy Beata Madre Vicenta Acuña, merced a la hermana de uno de los jóvenes de nuestro Centro Mariano alfonsiano. Y gestioné la evacuación de algunos religiosos y religiosas y de uno de los nuestros. Conspiré en un número de la calle Velázquez para el paso de «varios» que debían llevar el arsenal de fotos de tantos y tantos fusilados a la Zona Nacional; fracasó; me avisaron y no volví. En fin, recibida en la Nunciatura una carta del ministro Irujo intentando entablar «relaciones» con la Santa Sede, le contestamos dos Padres, como pamplonicas y paisanos de él, solicitando que nos enviara planes y pasaportes ... Nada. ¡Menuda suertecita la nuestra si ahubramos salido del Madrid rojo! 
 
"¿Escondido? Un solo día, el 21 de julio del 36. Mas ante aquel panorama de nervios, de encierros, logré que un socialista me falsificara la Cédula y... a la calle, al aire, a' la libertad. Y veía los desfiles, mas nunca levanté el puño, ni manos, ni nada; tuve por ello altercados; me mantuve firme. Y veía los entierros de los «mandamases de la situación. Y veía los entrenamientos de reclutas y voluntarios. Por cierto que me mondaba de risa. Luego logré un volante de' «cierto» médico, en el cual constaba que sufría de «insuficiencia mitral»: me ofrecí como «donante de sangre» y me otorgaron un carnet especial. Hasta que ya conseguí mi Carnet de Vasco, colocado en la Casa Vasca y con hoja de trabajo que exigieron por aquel entonces. Diré que, ante el soplo de un buen amigo Policía de que andaban a la caza de mis jóvenes del Centro y de su consiliario, yo me cambié mi apellido y me fui a vivir a la calle de la Montera. Salvé el piso y biblioteca del gran Beunza, vilmente fusilado. Actué de cartero; llevaba y traía cartas a través de un amigo del Consulado de Chile. Aún recuerdo que una mañana, repartiendo cartas, al saltar de un tranvía en la calle de Alcalá, me pegué una costalada sin igual y ... ¡ayl, al levantarme hallé el pantalón todo roto a lo largo de la pierna derecha. Confusión enorme. Fui corriendo a la casa de mis buenos amigos de Arturo Ruiz y a cambiarme de ropa. Salí luego «hecho todo un modelo». Y recogí en cierta mañana, de manos de un socialista, pero sensato, un paquete con «Sagradas Formas», al parecer de un convento de Chamartín que él también había invadido
 
"Contaré aquí una impresión mía. Tanto, tanto andar con personalidades que habían de llegar a obispos y favorecerles con sacrificio y cariño .... y para concluir, finales de marzo del 39. Había sostenido la batalla contra el hombre. Habían llamado mi «quinta» a filas. ¿Religioso y con los rojos? Nunca; y tomando mi Carnet Vasco borré la fecha de mi nacimiento y puse otra ... juvenil y sin compromiso; eché su gotita de aceite y ... adelante. En esto, recibo en casa una llamada de cierta comisaría. Allí me personé; Preguntas y preguntas; al final: «¿Tienes Carnet?» «Aquí está.»' Y lo entregué. ¡Ay, caballeros, qué mieditis! Y el comisario, mira que 'mirarás. Siempre pensé de él: o era un tonto o era muy buena persona. Me mandó marchar con el Carnet; pero, por si las moscas, pasé un día a salto de mata, alejado de casa, aunque en comunicación telefónica.
P. Ibarrola (der) y su amigo Arturo Ruiz
"Nos salvamos, aquel domingo por la tarde, Alfonso Hortelano y yo, del horrible bombardeo por los nacionales; en cuya fecha, y ante nuestros ojos despavoridos, cayeron las bombas sobre nuestro Santuario, causándome pena y rabia formidables

"Aguanté la tarascada de la revolución comunista como un «salsero», dicen 'por mi tierra, viéndola en la glorieta de Bilbao, rodeada de cañones y tanques y soldados; claro que, a la hora de disparar y luchar, pies en polvorosa, hasta la casa de los buenos y queridos Hortelano. ¿Iba a salir incólume al terminarse? Y al regresar aquel día de mi misa en Trafalgar, oí ruidos, alborotos, carreras ... ¡La entrada de las tropas! Y bajé hacia Argüelles y vi por vez primera, después de tres años, unos tricornios y unas tocas de Hijas de la Caridad. Luego, al oír que por Puerta del Sol desfilaban las tropas, corrí y ... ¡Lloré de emoción!, y les aclamé. Al siguiente día celebré en mi piso, con todos los ornamentos, y dispuse entraran todos los vecinos. Me contaron que al salir revestido y verme la jefa de la casa -mala hembra, ante la cual pasé como «El Vasco»-, exclamó: «¡Mira tú, y era cura!, y habíamos matado a todos ... » Nada la dije, sino darla las gracias. Luego, la Semana Santa en la Residencia, previamente preparada por mis jóvenes del Centro; y la celebré toda y con predicación, y vestido de gran paisano
"A las familias amigas e inmensamente protectoras, a mis jóvenes inolvidables y simpáticos, muchas gracias. A disposición de todos; entonces ...  J. . ITURRIAGA;
 hoy ... J. Mª. IBARROLA, Redentorista".