[La copia de la carta, conservada en el Archivo de la Provincia Redentorista de Madrid, está manuscrita en chino y mecanografiada en inglés, y una traducción al español; en imágenes presentamos la versión en inglés y chino y trascribimos la copia en español. Publicamos también dos fotografía publicadas en la Revista San Alfonso de Pagani (Italia) en febrero de 1952; la del P. Sagredo es la primera que tenemos después de su expulsión de China; la otra es del P. Campano, redentorista expulsado de China un poco antes del P. Sagredo; la fotografía está tomada en el momento de salir de China]
A su Excelencia Mr. Chu En Lai, Ministro de Asuntos Exteriores.
Pekin
Hongkong, 19 noviembre 1951
Excelentísimo Señor:
El [que] suscribe es un misionero católico que llegó a China hace veinte años. Hoy me atrevo a dirigirme a S.E. por medio de esta carta para informarle de asuntos importantes cuyo conocimiento, no dudo, le ha de interesar. Acabo de ser expulsado de China después de cinco meses de prisión, por haberme opuesto al movimiento de reforma en la Iglesia católica, movimiento que va dirigido a separar a los católicos chinos de su cabeza espiritual, el Papa. Estando en prisión por tres veces pedí permiso para escribir a S.E., y las tres veces me fue negado porque, decían ellos, - “Tú eres un criminal”. No tengo conciencia de haber cometido en mi vida crimen alguno que me haga digno de ser contado entre el número de los criminales; pero creo hay una ley internacional reconocida por todos los pueblos, en virtud de la cual, aún los mayores criminales tienen derecho a escribir libremente al gobierno. Por eso, aunque me negaron entonces este derecho, yo sin embargo, escribí una carta, esperando una oportunidad para enviarla, oportunidad que durante mi prisión no se presentó. Ahora fuera de China y en perfecto uso de mi libertad, le envío la carta que entonces escribí. La carta va como sigue:
A S.E. Mr. Chu En Lai
Ministro de Asuntos Exteriores.
Pekin
Excelentísimo Señor:
Hace unos momentos pedí por tercera vez permiso para escribirle una carta de protesta por el modo con que las autoridades encargadas de los Extranjeros, quieren hacer presión a mi libertad y a mi conciencia, y me ha sido negado el permiso. Yo creo que esto es ilegal y muy poco de acuerdo con los principios de la nueva democracia; y supongo que S.E. está de mi parte. Por eso ahora me pongo a escribir esta carta con la esperanza de que algún día llegue a sus manos.
El 17 de junio me pusieron en prisión por haberme opuesto al movimiento de reforma en la iglesia católica que trata de separarla de su cabeza espiritual, el Papa. La razón por la cual me opongo es que es peligrosísimo para los católicos porque los lleva a perder su fe y destruir la Iglesia Católica en China, caso que llegará a resultar. Aquí debo aclarar con claridad, que si he faltado a alguna ley, acepto cualquier castigo que la ley imponga; pero lo que no puedo sobrellevar es que las autoridades competentes, hayan usado y sigan usando toda clase de medios para hacerme presión para obtener una retractación, después de haber manifestado claramente que no lo podían hacer por ser contrario a mi conciencia y a mi libertad. Antes de mi prisión y después de ella les he dicho y repetido muchas veces, que jamás [conseguirán] documento semejante; y a pesar de todo, se están usando todos los medios y artificios para sorprender mi buena fe y obtener mi firma. Finalmente, uno de los jefes de policía encargado de los extranjeros, que durante nueve días seguidos usó y trató por medio de preguntas capciosas de sorprender mi buena voluntad, vino muy de noche, cuando ya todos los presos dormían, y llamándome me presentó un documento escrito por él sin consentimiento mío, en el cual después de la declaración de algunos hechos, que más o menos yo había admitido, se consignaba “que yo había obrado contra la ley del gobierno y prometía no volver a faltar” y se empeñó en hacérmelo firmar. Yo prometí firmarlo con tres condiciones, a saber:
1.- En el documento debía consignarse que no yo sino el gobierno chino, decía, que yo había faltado a la ley.
2.- La promesa de no quebrantar más la ley debía llevar una cláusula: con tal que la ley no esté en colisión con la ley de la Iglesia.
3.- Que, respecto al movimiento de Reforma, yo siempre diría a los católicos, que no podían tomar parte en él. Las condiciones fueron admitidas y así firmé el documento.
En aquel momento no pude ver con claridad las consecuencias de este acto, pero en los días siguientes me di cuenta que no podía admitirlo de ninguna manera, porque podría muy bien ser publicado con mi firma y sin poner las condiciones que yo había exigido. Para impedirlo llamé al encargado de la prisión y protesté delante de él; más tarde (ese mismo día) hice lo mismo delante de la policía encargada de los extranjeros, afirmando categóricamente que de ninguna manera podía aceptar ni reconocer como mío semejante documento.
Una lluvia de maldiciones y amenazas cayó sobre mí para intimidarme, pero sin resultado, pues mantuve mi resolución. Aquella misma noche volvió de nuevo la policía para insistir más. Querían exigirme que tradujera el dicho documento en francés y lo firmara. Yo les repliqué: “Moriré antes que firmar semejante documento. Estáis obrando en contra del gobierno chino que quiere que los ocumentos se firmen libre y espontáneamente y no de una manera forzada como lo
estáis intentando vosotros”. Al día siguiente por la mañana nuevas maldiciones y amenazas, y finalmente exclamaron indignados: “El gobierno chino encontrará medios para obligarte”. A pesar de todas las amenazas no cedí a su falacia. Entonces me trasladaron a esta cárcel, donde los interrogatorios continúan. A pesar de todas mis protestas el documento se publicó en los diarios, para engaño del pueblo. Difícilmente se pueden encontrar términos capaces de calificar acción semejante. Es sencillamente vil. Por este motivo le escribo esta carta, para protestar delante de S.E., del pueblo chino y del mundo entero contra inicuo atentado con que se ha pretendido hacer violencia a mi conciencia. Si he faltado, acepto cualquier castigo que quieran darme. Si debo salir de China, donde por espacio de más de veinte años vengo trabajando, con el único fin de propagar la fe, saldré. Si debo continuar en prisión hasta el fin de mi vida, me consideraré feliz en sacrificar mi libertad por la libertad de la Iglesia. Si debo morir moriré más feliz todavía de poder ofrecer mi vida por mi fe, por Dios y por la Iglesia. Pero lo que no puedo permitir de ninguna manera es que se use mi nombre para engañar al pueblo, especialmente a los católicos, como las autoridades encargadas de los extranjeros en Chengtú están haciendo.
Además, por amor de la libertad y de la verdad, yo me atrevo a pedirle que esta carta sea publicada, en todos los diarios de China donde el referido falso documento fue publicado antes.
Mi deseo sería poder enviar esta carta a S. E. mientras me encuentro en prisión, pero si no puedo hacerlo, ciertamente esta carta le llegará más tarde.
Sinceramente suyo.
Manuel Gil de Sagredo, Misionero Católico
Esta es la carta que entonces escribí a S.E. y no pude enviarle. Después de dejar China, me enteré que ese documento fue publicado precisamente el día siguiente, después de mi última propuesta rechazando absolutamente firmarlo. Después de mi juicio y sentencia, de nuevo se habló de él en los periódicos a pesar de haber otra vez protestado delante de los jueces en pleno juicio.
Todos los medios se han empleado para engañar a los fieles y hacerles apostatar de su fe dando su nombre a la reforma de la Iglesia, violando así abiertamente la libertad de religión tan proclamada en la constitución china. Hablando sólo de la Diócesis de Chengtu, todas las iglesias han sido cerradas o se usan para mítines políticos y antirreligiosos, con el especioso pretexto que así lo quieren los cristianos. Esto es contra la verdad. Pero aún cuando así fuera, es necesario saber que los fieles no pueden entrometerse en el gobierno de la iglesia. Lo que digo de la Diócesis de Chengtu, puede igualmente aplicarse a muchas otras partes de China. Obrar de esta manera es atentar contra la Iglesia en China y afirmar prácticamente
que la Iglesia Católica no tiene derecho a coexistir con este gobierno. Quiero pensar que S.E. y los miembros del gobierno popular de China no aprueban conducta semejante en los oficiales subalternos, tan contraria a la Constitución.
La Iglesia coopera gustosa con el Gobierno para el bien del pueblo chino, pero establecida por Dios, no puede cambiar su naturaleza ni sus principios. Pretender cambiar su naturaleza y constitución es lo mismo que pretender destruirla a ella misma. Y sabemos que la Iglesia de Cristo no puede ser destruida. La historia de casi dos mil años de existencia nos habla suficientemente para convencernos. La Iglesia está levantada sobre la roca y los que quieren destruirla son semejantes al cristal.
Pidiéndole mil excusas por haberle hecho perder este tiempo, y muy agradecido por la publicación de estas cartas en los periódicos, queda siempre sinceramente suyo.
Manuel Gil de Sagredo [Rubricado]