martes, 11 de enero de 2011

AMAD A JESÚS

[Ofrezco a continuación una meditación navideña del P. Sagredo escrita en 1942 y dirigida a las Marías del Redentor, grupo seglar fundado por él. La meditación versa sobre tres momentos del Amor de Dios a los hombres: nacimiento de Jesús, muerte y Eucaristía. Tres momentos significativos en que Jesús personaliza y nos presenta el amor que Dios nos tiene. Acompaña el texto un cuadro de María llamado Madre del Redentor, mandado pintar por S. Alfonso y que se conserva en Ciorani Salerno-Italia), la Casa Madre de los Redentoristas. La otra imagen es un grabado de S. Alfonso en que el Niño Jesús pesca corazones. ]

PRIMERA MIRADA: A la gruta de Belén
¿Qué veis? Una cueva fría, un pesebre pobre, sobre él reclinado un Niño, a su lado una Madre que le está mirando de hito en hito … los pastores que llegan, los ángeles que cantan… ¿Quién es ese niño? Es el Hijo de Dios excelso que ha querido hacerse niño para hacerse amar … para que los hombres no tuvieran miedo de Él … se ha venido solo del cielo en busca del hombre sin que nadie en el mundo se dé cuenta … los pastores tienen que ser avisados por los Ángeles… los Magos por la estrella… ¿Quién es la Madre? Es la Virgen purísima e Inmaculada, la única que conoce los secretos de Jesús, la única que conoce sus delicadezas y amor.
¡Qué espectáculo tan hermoso y conmovedor ante el Cielo y la tierra! Jesús desconocido busca un amor delicado que le comprenda … ese amor lo encuentra sólo en el corazón de su Madre y de San José… sólo ellos … ¡Qué inefable correspondencia de amor entre el corazón de Jesús y el de María!
¿No eres tú también [como] María? Jesús espera hallar en ti un amor igualmente fino y delicado que comprenda las delicadezas de su amor.
SEGUNDA MIRADA: Al monte calvario.
¿Qué ves ahora? Una cruz; pendiente de ella un hombre descarnado y sangriento… al pie una Madre que le contempla transida de dolor mientras sus lágrimas unidas a la sangre del Hijo van empapando la tierra.
Al lado una joven desolada que se abraza a la Cruz, un poco más allá un discípulo tímido… en fin los verdugos, el populacho, … en el horizonte el mundo pecador, … en el cielo la Justicia Divina….
Estás en presencia de la más dolorosa de las tragedias. Un Dios expiando en su propio cuerpo y el alma los pecados de los hombres. “¡Cuánto los has amado!” Exclamarían los ángeles. Ese hombre-Dios es Jesús. A sus pies la Virgen Inmaculada inmolándose por Él.
Pero hay una tragedia más terrible… es la tragedia del corazón… Jesús quiere un alma que le comprenda, que sepa entrar en su Corazón, porque el mayor martirio del amor es no ser comprendido. Sólo encuentra una Madre buena que agoniza con Él al pie de la Cruz… Es cierto que Juan estaba allí y ama, que Magdalena llora… pero ni uno ni otro comprende todavía esos misterios del Corazón de Jesús. María sí, ella sabe penetrar hasta el fondo de ese Corazón… Jesús busca un amor sacrificado y María le ofrece el suyo desbordante de amargura…
Tú también estás llamada[o] a penetrar en esas intimidades secretas de Jesús reservadas a las almas predilectas como su Madre y a las que como Ella quieren ser Marías del Redentor. Pero si eres admitida[o] a sus secretos debes darle un amor sacrificado como el de María, un amor que todo lo sacrifica y renuncia, pues sólo este amor es capaz de conocer y comprender el amor de Jesús en las agonías del Calvario.
TERCERA MIRADA: Al tabernáculo
Contémplalo con tus ojos propios no es necesario que lo imagines, está tan cerca de ti… unas gasas que cubren la portezuela; detrás un copón, unas hostias; y oculto en esas partículas insignificantes el Rey del Cielo que es Jesús. ¿Desde cuándo? Desde la víspera de su muerte… ¿Por qué? … Para no dejarnos solos…. Tiene sus delicias en vivir con los hijos de los hombres… ¿Cómo? … Por un milagro del amor… Pero está solo… casi siempre solo… día y noche… y aquí no tiene a su Madre que le comprenda… como en la Gruta y en el Calvario… en cambio hay ya almas [personas] buenas que le comprendan. ¿Serás tú una de ellas? Para comprenderlo hace falta un amor abnegado, un amor de víctima que sepa olvidarse, inmolarse y ofrecerse con Él que es la Divina Víctima.
He aquí tu vocación. El amor te hará fecunda en frutos de Redención como hizo fecunda [a] la Virgen Madre. Como ella serás Madre de almas; pero antes es necesario que aprendas a amar como ella amó, y a inmolarse como ella se inmoló. Así el amor de María te unirá al sacrificio del Redentor y en toda verdad podrás llamarte María del Redentor.
Manuel Gil de Sagredo
Diciembre de 1942

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