sábado, 23 de octubre de 2010

Carta desde Valencia

Uno de la Delegación Vasca en Madrid pregunta en la Modelo por José María Iturriaga. En un cuchitril entra a esperarlo. Al poco de tiempo entra, se saludan y comienzan a hablar. El de la Delegación vasca se saca una nota de la chaqueta y se la lee para no levantar sospechas. Se trata de la carta de un redentorista de Valencia que trabaja para la Delegación Vasca en aquella ciudad que envían a través del PNV a José María:

Valencia, a 20 de octubre de 1936
José María Iturriaga. Madrid
Mi querido amigo: Recibí su misiva preguntando por los amigos de aquí.
Aquí en Valencia ando, no de miliciano sino como “podestá” ... Santiago Margusino está con el compañero Piorno, en la prisión, de las Torres de Cuarte. Y sólo le diré que el día 19 de Julio del 1936 se refugió en el piso 2º de la Casa nº 1, de la plaza del Poeta Llorente, a la sombra del mismo Temple. Intentaré verles uno de estos días. Los camaradas Angel y Celso han muerto. El H. Angel Vesga estuvo junto a Vicente Monroy en una o dos casas. Después se refugió en la “portería” de Joaquina Calabuig, nº 1 de la Puerta del Mar. Esa bendita Joaquina, muy de nuestra comunidad, le dará, si vive, detalles interesantes. Sobre Celso Alonso Rodríguez le diré que estaba como enfermero en las Hermanitas de los Ancianos Desamparados cuidando al P. Mariscal. Este murió el 24 de agosto y quedó allí no se en qué situación. Nunca le vimos por las calles. Aunque en casa parecía tan desenfadado y decidido, era muy tímido. Las monjitas pueden darle noticias. Fue asesinado, si mal no recuerdo, el día 28 de septiembre. Su cadáver fue recogido por el juzgado cuatro días después en el llamado “Azud de oro”, siguiendo la margen derecha del Turia, junto al puente del ferrocarril, llamado “puente de Nazaret” y fotografiado por el juzgado. Un anciano del asilo de las hermanitas que hacía de sacristán me ha contado que Celso y uno de la Compañía SJ, al tratar tanto con los pobres, afeitándolos, cortándoles las uñas y sirviendo en la enfermería, los pobres al fin los conocieron que eran religiosos, cosas que ellos no negaron, al contrario, lo confirmaron. Los pobres asilados fueron los que los descubrieron a los milicianos que habían incautado el Asilo. Y cierta tarde del 28 de septiembre se presentó un grupo de milicianos y leyeron los nombres de los HH. Tarrats y Celso Alonso, el nombre de un médico de Tortosa asilado en ésta, llamado Fermín Alegret, y el carpintero de la Casa, Miguel, fueron, trasladados a la checa de la Plaza del Horno de San Nicolás. Él se hallaba en Valencia de encargos y al llegar al Asilo le detuvieron unos milicianos que le estaban esperando. Le condujeron esa checa, donde le preguntaron por los cuatro que estaban en el calabozo. “¿Los conoce?”, me dijeron. “Sí los conozco”. “¿Ud. Sabe qué es Tarrats?”. “Religioso jesuita”, contesté. “Exacto, lo mismo que nos ha dicho él”. “Y Alonso?” “Religioso redentorista”, contesté. “Exacto”. “También fui interrogado sobre la profesión de los demás, y dijo lo que eran y coincidía también con lo que ellos mismos habían declarado. Y así, al quedar libre, se volvió al Asilo. Al día siguiente, a las 4 de la tarde, se presentó de nuevo la guardia roja en el Asilo y sacando una lista de nombres y apellidos empezaron leyendo su nombre de nuevo. Se excusó que el día anterior había sido puesto en libertad y le dejaron, al tiempo que le refirieron cómo habían muerto los cuatro Siervos la noche anterior. Que uno de los presos se resistía a bajar del coche y de un machetazo un miliciano le cortó la muñeca en redondo. Les dijeron: “Váyanse” y gritando los Hermanos presos “Viva Cristo Rey”, iban cazándolos a tiros mientras los milicianos iban gritando: “Viva la República”. Uno de los cuatro intentó huir, pero también cayó al fin herido, gritándo: “¡Viva Cristo Rey!”. Sobre Ángel Vesga, yo mismo, triste y casualmente, vi pasar la patrulla que lo llevaba por la Avenida de México aquella tarde del 30 de septiembre, ya anochecido, poco después de las 7; valido de mi documentación, falsa pero legalizada, y pocos días antes recibida, me decidí a visitarle o saludar a Joaquina, cuando la encontré llorando y asustada me pidió por lo más sagrado que me marchara, que “ahora mismo acaban de llevar al H. Ángel”. Seguí de lejos la patrulla de ocho o nueve hombres con fusiles y les vi cruzar el puente de Aragón. Por allí no hay Comisaría, Cheka o Cárcel hasta el Puerto; y de haberle llevado hasta allí, es muy raro que volvieran a desandar los 4 kilómetros para matarle donde le mataron, pues a pocos metros estaba el “matadero” del Cabañal. Le mataron cerquita y detrás de la Estación de Aragón, en el Camino de Tránsitos, entre unos cañaverales de la acequia o arroyo que por allí pasa.
Adiós, hasta que Vd. Quiera alguna cosa, que en pedírmela nunca molesta. Saludos a los amigos de allí. Estoy en deuda con el Tellería y Barriuso; desde aquí creo que podré cumplir otro día.

V. Elejalde Arroyo
(Cf. José Llacer Munto, Declaración jurada sobre el martirio del H. Tarrats, en Positio super martyrio Servorum Dei Thomae Sitjar et 11 sociorum e Societate Iesu ... , Romae, 1996. Pars II Summarium. Testigo 17, pp. 109-111; Vicente Arroyo Lejaldre, Carta manuscrita dirigida al P. Lucas Pérez; Coruña, 3 de julio de 1944: Archivo de la Provincia Redentorista de Madrid, 3 pp.)
Una vez leída, para no levantar sospechas, el que la ha leído la docla y la vuelve a meter en la americana. Continúan hablando sobre cómo poder liberar a José María a través del Partido Nacionalista Vasco.

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