lunes, 8 de noviembre de 2010

OTRO TESTIGO DE LAS SACAS DE LA CÁRCEL MODELO


El Redentorista P. Raimundo Tellería, superviviente milagrosamente de las sacas de la Cárcel Modelo de Madrid, nos cuenta su experiencia aquellos días:

“Quedábamos, pues, cuatro en la celda cuando sobrevinieron los días trágicos –7, 8 y 9- de noviembre. Nada sabíamos nosotros del avance de las tropas de Franco, a las que suponían los bulistas en Getafe desde fines de octubre, ni de la fuga del Gobierno de Madrid. Pero un escalofrío de pasmo, de terror, de desesperación sacudió las almas y los nervios de los pobres presos cuando entre las dos y tres de la mañana de aquellos días se descorrían con fúnebre chasquido los cerrojos y desde el fondo de la galería subían los ecos de los nombres señalados para el sacrificio. Era el primer mazazo en la nuca de la pobre víctima. En seguida, unos abrazos en la oscuridad de la celda, lágrimas contenidas, adioses hasta el cielo ..., y cargado de su manta se alejaba el malaventurado, confiando sus enseres y sus últimos sentimientos a sus compañeros para que el día de la libertad, los hicieran llegar a los suyos, y los suyos eran la madre, la esposa, los hijos ... A la luz macilenta de las bombillas del fondo de la galería se recortaban las siluetas asiáticas de los milicianos como las de los demonios del infierno dantesco.
“Tornaba el silencio a las celdas, más difícilmente el sueño a los párpados. Aquellos días estábamos chapados, es decir, cerrados sin bajar al patio. Las conversaciones, la lectura de libros amenos, las tonadas (“Ay, ay ... cieliño...”) que otros días nos llegaban de la celda de enfrente, las visitas de los ordenanzas amigos (presos también), la correspondencia epistolar ... todo quedó invadido por aquella ráfaga de odio y de sangre desatada contra la cárcel. ¡Ah!. Era más fácil cargar camiones de presos, atando a éstos uno con otro, y deshacerse de ellos en los campos de Torrejón de Ardoz, Barajas, Paracuellos del Jarama, que hacer frente a las tropas victoriosas de Yagüe ¿Cuántos fueron escogidos para estas sacas criminales? Difícil de decirlo, porque los seleccionados de todas las galerías y porque cuidaban, en muchos casos, de sustituirlos por nuevos presos traídos de la calle.
“Así cuando al cabo de tres días, teniendo como incrustadas en el cerebro las paredes de la celda, bajamos otra vez a los patios divisamos caras más avejentadas, optimismos tronchados, palideces más acentuadas, fulguraciones de cólera impotente en las miradas y en las palabras. Entre los desaparecidos se encontraba un general septuagenario, a quien por mediación de un sacerdote anciano había yo prestado unas tijeritas, que eran un tesoro para la cárcel y que fue llevado con ellas en el bolso. También faltaba un médico joven, Pacho Olavarría, simpatiquísimo bilbaíno, al que tenía yo bien conocido desde el presbiterio de Manuel Silvela: fue llamado solo, casi a media mañana, y todavía pudo decir adiós al P. Díaz por el agujerito de la puerta.
“Providencialmente escapamos por entonces los tres redentoristas. Al volvernos a ver pudimos
animarnos a la perseverancia y preparar nuestras almas a recibir la corona que podía llegar cuando menos lo esperásemos. Precisamente debió de ser aquellos días cuando de la galería contigua fue sacado Renuncio y estuvo camino de serlo Machiñena.
“Floreció más tarde alguna esperanza, porque se dijo que de aquellos camiones de presos habían cogido algunos los nacionalistas y aun habían dado por radio los nombres de los libertados. Pero una vez más los bulos eran bolas. Y en verdad que se transformará en acerba desilusión, porque la esperanza de que el suyo o los suyos formaran parte de esas expediciones liberadas por Franco sostenía a no pocas familias en Madrid. Entre los nuevos encarcelados aquellos días tropezamos con el hermano del P. Arnáiz [el sacerdote de Madrid Eusebio Arnáiz Álvarez], que nos había visitado en Madrid poco antes de la guerra. Había capeado hasta entonces el temporal como agregado e intérprete de una Embajada; mas una denuncia de un exacólito de su iglesia había sido más eficaz que toda su documentación en perfecta regla: de sus labios recogimos noticias auténticas sobre el estado de las operaciones militares”.
(R. Tellería, Madrid al rojo. Memorias personales durante la Guerra civil en Madrid, T. II, pp. 50-52)

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