Los Redentoristas no murieron como islas; queremos destacar junto a ellos a varias personas que murieron por su fe y por la caridad que les llevó a refugiar en sus hogares a los hijos de San Alfonso cuando comenzaron a perseguirles en Madrid en el contexto de la gruerra fratricida. Hombres y mujeres de fe recia, que la alimentaron de la espiritualidad ofrecida por los Misioneros Redentoristas y por la comunión frecuente; ellos que se sintieron socorridos por la Madre del Redentor venerada en el Icono del Perpetuo Socorro, no dudaros en abrir sus casas a los que les habían ayudado a hacer crecer su fe, sabiendo incluso que se complicaban la vida. Pero la fe lleva a la caridad; y la caridad se hace veraz afrontando las dificultades.
Fueron numerosos los seglares que abrieron sus casas; muchos de ellos fueron testigos del testimonio martirial de los religiosos, como fue el caso de Emilia Alcázar (Vda. de Hortelano), madre del Redentorista P. Antonio Hortelano; su casa fue refugio de varios redentoristas y una especie de despacho parroquial desde donde los redentoristas refugiados en Madrid realizaban su apostolado clandestino. Mujeres que con corazón generoso acogieron y atendieron hospitalariamente a varios de los mártires; entre sus nombres nos encontramos algunos como María Ruiz, María y Arsenia Membiela, la familia Huidobro, Carmen CatalánMaría Luisa Galván, Pepita Moreno y Dolores Rosado; también hay que añadir a aquellos que acogieron a los redentoristas de San Miguel, Lola Moreno, la familia de D. Jerónimo Fernández Puertas y la familia Cabot Bestard.
Es de justicia recordar aquí a dos personas que fueron martirizados por acoger y esconder a redentoristas:
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ROBERTO GONZÁLEZ NANDÍN Y SOBRINO
Roberto González Nandín y sobrino, nació el 5 de Marzo de 1887 en Cádiz, en la calle Baluarte nº 8; hijo de Roberto González Nandín Fernández y Francisca Sobrino Tourné. Casado con Dª Concepción Fernández de la Puente Gómez. Estudió en el Instituto Columela de Cádiz, se graduó en Estudios Mercantiles; aprueba las oposiciones de Profesor Mercantil en 1914. Trabajará en varios lugares impartiendo la asignatura de Administración Económica y Contabilidad pública, entre ellos en la Escuela Profesional de Comercio de Cádiz, donde está hasta 1935. Según el Pdrón de Madrid a fecha de diciembre de 1935, se traslada al Piso 2º del número 3 de la calle Manuel Silvela en enero de 1936 junto a su madre, ya viuda. Era un hombre de profundas creencias religiosas, y cuando la comunidad de redentoristas se dispersa, él acoge en su casa al P. José Mª Urruchi y H. Máximo Perea; este último se intercabió con el H. Pascual Erviti, y allí se sintieron estos misioneros como en su propia casa. Todos los días pudieron celebrar la Eucaristía, rezar, y animarse unos a otros. Pero el 21 de agosto de 1936, a las 10 de la mañana, se presentaron unos milicianos para un registro. D. Roberto estaba trabajando en su despacho; pero descubrieron a los dos religiosos; inmediatamente mandaron llamar al cabeza de familia. Los tres fueron subidos al coche y trasladados a la cheka del Palacio de Rodas. Su cadáver fue identificado por un vecino en el depósito de cadáveres en día siguiente, con una etiqueta que decía “traído de Getafe”. Murió sin hijos; su madre y su esposa quedaron el resto de la guerra civil desamparadas en Madrid. A él, el Señor premió su caridad y hospitalidad compartiendo la palma del martirio con aquellas personas que había acogido en su hogar.- LINO VEA MURGUÍA Y BRU,Pbro.
D. Lino era un sacerdote de la Diócesis de Madrid, nacido en Madrid en 1901, que vivía junto a su madre viuda y anciana, Dª Trinidad Bru González, en un piso situado en el piso 1º del número 9 de la calle Francisco de Rojas. Entre otras tareas era capellán de las RR. Esclavas del Sagrado Corazón. Un hombre grande de profunda espiritualidad, que estaba en búsqueda para vivir su sacerdocio de forma más plena.
La cercanía al Santuario del Perpetuo Socorro le hizo trabar una gran amistad con la comunidad de misioneros redentoristas; se dirigía con el P. José Machiñena, al que comentó la posibilidad de ingresar como redentorista; este le pidió paciencia, pues su madre era anciana, estaba viuda y sólo estaba él de hijo; su responsabilidad principal estaba en cuidar de ella; cuando ella faltase cabría hacerse de nuevo la pregunta.
Cuando comenzó la persecución religiosa, su amistad para con los redentoristas se tradujo en acogida; en su casa fueron acogidos 2 religiosos ancianos (el P. Manuel Santamaría y el H. Nicesio Pérez del Palomar) y otro religioso para cuidarlos, el H. Gregorio Zugasti. Formaron en aquel pisito una auténtica comunidad, que sirvió de Noviciado a D. Lino. Allí estuvieron hasta el 27 de julio en que se presentó el portero pidiéndole entregara a los redentoristas. D. Lino, vestido aún con su sotana, se encaró con el portero, recordándole que ese era su hogar, que los tres religiosos eran sus invitados, y que no saldrían de allí sino por encima de su cadáver; los 3 redentoristas no quisieron crearle problemas a quien con tanta amabilidad y caridad les había abierto su casa y decidieron buscar otro refugio.
Pero a D. Lino el careo con el portero y el gesto de protección y caridad hacia sus huéspedes, debió de ser el juicio de D. Lino, pues a los pocos días fue sacado. Así nos presenta la escena un testigo que lo escuchó del mismo protagonista como fue el P. Ibarrola:
“El día 27 se presentó el portero acompañado de un chófer, para intimar a la señora: ‘Echelos usted inmediatamente; no aguanto más’. Se le rogó bondadosamente que esperara hasta buscarles casa o pensión. Mas él forzó despectiva y molestamente a que los abandonara. ... Ante esa rabiosa orden, el hijo de la señora, el inolvidable Don Lino, replicó valientemente: ‘Pues no saldrán de mala manera, si no es por encima de mi cuerpo’. Dignísirno sacerdote, celosísimo de las almas; el día de la Virgen caía, Mártir de Dios. Amado, llorado e invocado” (JM. Ibarrola, Nuestros mártires, en Revista el Perpetuo Socorro, año 1940, p. 186).
Efectivamente, el día 15 hubo un registro que terminó con la detención de D. Lino. Su cadáver apareció en la mañana del día 17 de agosto junto a la tapia del cementerio, con la cara ensangrentada. Tan desfigurado estaba que Pepita Moreno, una señora del santuario del Perpetuo Socorro, se encontró "al santo y noble sacerdote, vecino de los redentoristas y entrañable amigo suyo, don Lino Vea-Murguía y Bru,...en el depósito de cadáveres, pero no lo reconoció; sin embargo, el hecho de ser sacerdote le bastó para que hiciera el piadoso oficio de lavarle las manos teñidas en su propia sangre, haciéndose pasar por familiar suya. Después de salir del depósito supo que era él, y al día siguiente logró acompañarlo hasta la sepultura, ocupando un asiento en el baquet del furgón que lo llevó a enterrar" (De Felipe, Nuevos Redentores, Perpetuo Socorro, Madrid 1962, p. 29).
Inhumado como desconocido, fue identificado a través de las fotografías tomadas en el depósito judicial y por el testimonio de Pepita con fecha de 30 de septiembre de 1939. Su profesión fue el compartir con Cristo su misma muerte y dar testimonio de su fe y vida ministerial.
A la sombra del Santiario del Perpetuo Socorro surgió un grupo de jóvenes seglares, que comenzaron a caminar el 26 de marzo de 1933, dirigidos por los PP. Riuz Abad en primer lugar y José María Ibarrola después. Asociados a la Acción Católica, se designaron como Centro Mariano Alfonsiano. Pronto floreció en afiliados; y cuando llegó la persecución religiosa 9 de sus integrantes sufrieron muerte violenta, entregando sus vidas desde los valores del Evangelio.
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